domingo, 4 de octubre de 2009

Eloy Hermida Trujillo, 3º ESO B


En los tiempos de mis abuelos, las niñas solían ayudar más en casa que los niños, por lo que he decidido dedicar esta redacción a la infancia de mi abuelo.
Entonces los niños usaban más la imaginación que hoy en día y los niños más traviesos, como es el caso de mi abuelo, hacían unas trastadas muy originales. Recuerdo que mi abuelo me contó que él y sus amigos le dijeron a una señora que vendía gallinas:
-¿Señora, cuánto pide por estos conejos?
-No son conejos, son gallinas.- Respondía ella. Después llegaba otro de los compañeros y volvía a formular la misma pregunta, así sucesivamente hasta que preguntaron todos.
Pero esa técnica tenía más utilidades, una vez, le dijeron a un hombre:
-¿Te encuentras bien? Tienes mala cara.
Al final, tras decirle tanta gente que tenía mala cara, el pobre hombre acabó sintiéndose mal de verdad.
Tales trastadas no se empleaban solo con amigos, mi abuelo también le gastaba bromas a sus hermanos. Una noche, llegó a casa y vio a su hermano Manolo durmiendo con la boca abierta y le metió una vela en la boca. Al día siguiente intentó volver a hacerlo, pero Manolo le cogió y le pegó a más no poder. Otra noche, su hermano le estaba persiguiendo y se colocó bajo el interruptor de la luz, cuando intentó encender la luz le mordió la mano.
No todo era gastar bromas, mi abuelo también iba de fiesta en bicicleta y, para que no se la robaran, él y sus amigos colgaban las bicis de un árbol. Así, mientras bailaban, miraban al árbol y podían mantenerlas vigiladas.
También le gustaba cantar pero lo hacía tan mal que una vez, al oírle cantando una serenata para mi abuela, un perro le empezó a perseguir.
Me gustan tanto las bromas de mi abuelo que no puedo evitar caer en la tentación de narrar otra historia más:
Había en Villalba, lugar donde vivía mi abuelo, un hombre muy rico y con muy mala leche, que siempre llevaba sombrero solía ser víctima de las trastadas de mi abuelo y sus amigos. Lo que hicieron fue atar un cordel al martillo de una casa, pues de aquella no había timbres, y se escondían en la calle de enfrente. Cuando pasó el señor subieron el cordel a la altura del sombrero y se lo tiraron al suelo, cuando él se agachó a cogerlo tiraron fuertemente del cordel para petar en la puerta y que el dueño de la casa le echara la culpa de haber petado a él.
Cada vez que mi abuelo llegaba a casa con heridas sucio o habiendo hecho alguna trastada le pegaban para evitar que volviera a hacerlo, pero él siempre volvía a hacer algo al día siguiente.
En resumen, mi abuelo si no iba calentito para cama no se quedaba tranquilo.

3 comentarios:

  1. Muy bien, Tortuga. Un texto muy bien redactado y construido. El retrato de tu indomable y gamberro (con perdón) abuelo es estupendo.

    Muy bien también el diseño del blog.

    Un saludo.

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  2. Tortuga Roquera, si es que ese es su verdadero nombre, es verdad que tu abuelo hizo eso.Chan, chan chan.
    Un saludo Tortuga y recuerda de donde provienes del reino de...
    Bueno que más da se me ha olvidado un saludo.
    Arturo Pendragón.

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  3. Hola Tortuga Roquera.¡Buen método el de tu abuelo para que no le robaran la bicicleta!

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