domingo, 1 de noviembre de 2009

EL PORQUERIZO

Eloy Hermida Trujillo
EL PORQUERIZO (escrito por la princesa)
Estaba yo tan tranquila en mis aposentos sin esperar que nada especial pasase ese día, mas mis incrédulos pensamientos fueron sorprendidos al llegar a mis dulces oídos noticias de que recibiría unos impresionantes regalos por parte de un conocido príncipe. Pero la emoción que me inundaba fue vaciándose al tiempo que abría los ya famosos regalos
He de reconocer que en un principio la rosa me llegó a impresionar, pero fue innombrable el gran disgusto que me llevé al contemplar que no se trataba ni más ni menos que de una flor natural. El segundo regalo causó gran devoción entre los allí presentes, pues pocas veces puede uno disfrutar de un canto tan perfecto y sofisticado como el que emitía ese sorprendente ave, mas mis pensamientos se centraron en lo cruel que puede ser tener a tal criatura enjaulada, por lo que ordené que la liberaran.
Cierto día, estaba yo, tan sofisticada y mona como siempre, paseando con mis doncellas cuando llegó a mis preciosos conductos auditivos una agradable melodía. Gracias a mi gran ingenio conseguí adivinar que el instrumento que emitía ese sonido era posesión de un simple porquerizo, el cual tuvo la osadía de atreverse a sugerir que mis suaves e inaccesibles labios rojizos rozaran con sus sucios y asquerosos labios de plebeyo, pero no solo una si no diez veces. Claramente me negué a concederle tal placer tan solo por una simple cacerola que, además de emitir ese son, olía a todas las comidas que se estaban a cocinar en ese momento en todo el reino. Pero la tentación pudo con mi dignidad y acabé aceptando el vergonzoso trato.
Después de ese mal trago estuve disfrutando con mis doncellas de aquel maravilloso aparato, pues mi amabilidad me forzaba a compartirlo. Al momento escuchamos un fantástico vals que procedía del último sitio del que pudiera desear que proviniera, de una carraca poseída por el despreciable porquerizo. Esta vez no eran diez, si no cien besos los que el indeseable pidió. En mi incasable lucha por evitar todo contacto con ese pintoresco personaje, decidí hacer alarde de mi insuperable capacidad de regateo para confundir a la suciedad con patas que quería la dulzura de mis labios, pero me resultó imposible lograr tal hazaña dada la cabezonería del porquerizo. Acepté el trato, pero no por mí, por el bien de todos los incultos a los que yo pudiera mostrar grandes vals con la carraca.
Mientras me disponía a darle los susodichos besos, mi padre surgió de entre mis doncellas y me vio dándole uno de los muchos besos que ya le llevaba dado al porquerizo. Su decepción fue tal que tomó la decisión de desterrarnos a ambos. En tal momento, debido una vez más a mi gran inteligencia superior regada por sangre azul, caí en la cuenta de que podía irme a vivir y casarme con ese príncipe tan famoso que me había hecho esos regalos tan horribles, no estaba realmente enamorada de él, pero le podía conceder ese honor a cambio de un hogar.
Para mi sorpresa, el porquerizo resultó ser aquel príncipe, que me despreció en el mismo instante en el que me enteré de quien era con una furia muy intensa reflejada en sus ojos.

1 comentario:

  1. Muy, muy bien, Tortuga. Escribes muy bien. Tu relato es un irónico y perfecto ejercicio de estilo. Utlizas el lenguaje y sus recursos con la habilidad de un escritor y con la alegria de quien se divierte escribiendo.¡Muy bien! (cuatripito).
    Un saludo.

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